Barack Obama demostró que los jefes de Estado también pueden aflojarse la corbata, y que a través de la música se puede decir incluso más que en un discurso.
Eduardo Bautista
08.01.2017
El presidente más melómano de Estados Unidos está a punto de dejar la Casa Blanca. Barack Hussein Obama II ha encontrado en la música lo mismo que Nietzsche hace más de un siglo: el sentido estético de la Historia.
No es casualidad que los géneros musicales favoritos de Mr. Obama sean tres de los grandes relatos del mundo anglosajón del siglo XX: el rock, el blues y el jazz. Tampoco es coincidencia que la mayor parte de su vida haya transcurrido entre los tres bastiones de la música afroamericana: Chicago, Nueva York y Los Ángeles.
Aquellas ciudades en las que creció lo nutrieron de ideas y agallas. Sin un apellido de abolengo ni una fortuna, el joven Barack llegó a la Universidad de Columbia con 19 años y una carta de aceptación en la carrera de Ciencias Políticas. No le da pena decirlo: su primera noche en Manhattan la pasó en la calle. Desde entonces, la música se convirtió en su mejor aliado contra la soledad y la ausencia paterna. Su padre, un musulmán keniano, lo abandonó cuando tenía dos años por estudiar una maestría en Harvard.
“Toda una generación sobrevivió a su angustia adolescente gracias a unos audífonos y un álbum de Led Zeppelin”, declaró el mandatario en diciembre de 2012.
Con su autorización, la revista Rolling Stone –que lo llevó a su portada al menos en una decena de veces– husmeó en su iPod a las pocas semanas de haber ganado las elecciones presidenciales de 2008. El mundo supo entonces que se encontraba frente a un político pop, alejado de la solemnidad tan característica de la vieja guardia de Washington. Su playlist era una especie de libro en el que se contaban las grandes historias de la vida norteamericana: Louis Armstrong, Frank Sinatra, Stevie Wonder, Earth, Wind and Fire, Bruce Springsteen, Bob Dylan... Tampoco faltaron los titanes del Támesis: The Beatles y The Rolling Stones.
Después llegó lo esperado: las premiaciones. Bajo su mandato, los artistas que alguna vez fueron sus ídolos se convirtieron en los consentidos del gobierno. Bob Dylan recibió la Medalla Presidencial de la Libertad en 2012; de él dijo que era uno de sus “poetas favoritos” y “el mayor gigante en la historia de la música estadounidense”. También ordenó homenajes en el Kennedy Center a The Who (2008), Dave Brubeck y Bruce Springsteen (2009); Paul McCartney (2010), Buddy Guy y Led Zeppelin (2012); Carlos Santana, Billy Joel (2013), Sting (2014) y The Eagles (2016).
Obama demostró que los jefes de Estado también pueden aflojarse la corbata. Y que a través de la música se puede decir incluso más que en un discurso. El homenaje al mexicano Carlos Santana fue prueba de ello. Mientras un enorme calendario azteca se alzaba sobre el escenario del Kennedy Center al ritmo de 'Black Magic Woman', Donald Trump –según lo reportó la agencia AP– gastaba un millón de dólares para su eventual y aún ingenua carrera presidencial.
NO TODO ES COLOR DE ROSAAunque nunca antes el rock había sido tan valorado en la Casa Blanca, y Obama fue el creador del primer Museo de Historia Afroamericana de Estados Unidos, la comunidad negra de ese país parece decepcionada. De acuerdo con una encuesta elaborada por el Centro Pew en 2015, sólo el 51 por ciento de los afroamericanos cree que el demócrata ha logrado combatir el racismo. Además, la mitad de la población estadounidense considera que la discriminación racial sigue siendo “un gran problema”, según la Kaiser Family Foundation.
En diciembre pasado, Stevie Wonder –de quien Obama ha dicho que es su “máximo héroe”– se pronunció en contra de la xenofobia que prevalece en amplios sectores del país, sobre todo después del triunfo de Donald Trump, un hecho que ha provocado indignación entre buena parte del sector artístico que tanto admira el ex senador de Chicago.
Y es que cuando Obama ganó las elecciones presidenciales el 4 de noviembre de 2008, un nuevo sol alumbró al pueblo estadounidense. El periódico The New York Times tituló así su primera plana: “La elección de Barack Obama barre la última barrera racial en la política americana”. Nueve años bastaron para que acabara el sueño.
El próximo inquilino de la Casa Blanca es un hombre abiertamente xenófobo, que propone la expulsión de musulmanes y latinos y la construcción de un muro en la frontera con México. Ninguna estrella de la música lo quiere. Elton John se negó a formar parte de su ceremonia de investidura el 20 de enero. Los Rolling Stones, Oasis, Queen y Aerosmith le exigieron que dejara de usar sus canciones para sus campañas. Bruce Springsteen ha dicho sobre él: “no sé si esté capacitado para gobernar; nunca había sentido tanto temor como ahora”.
Pocos, por ejemplo, se imaginan a Trump cantando Amazing Grace, el gospel antirracista que entonó Obama en solidaridad por la muerte de un reverendo y ocho feligreses en Charleston, en 2015.
La historia y la música están con Obama. Robert Johnson compuso Sweet Home Chicago en 1937, casi de manera inadvertida, en medio de fuertes conflictos raciales; era uno de los millones de negros que habían escapado de la miseria que azotaba las plantaciones de algodón de Misisipi. Casi ocho décadas después, esa misma canción sonaría en un concierto inédito de blues frente a los retratos de Lincoln y Jefferson, en la Sala Este de la Casa Blanca, el mismo lugar donde se promulgaron las Leyes Jim Crow que permitieron la segregación racial durante 89 años en la Tierra de la Libertad.
El logro de Barack Obama es él mismo: el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos.
Con su autorización, la revista Rolling Stone –que lo llevó a su portada al menos en una decena de veces– husmeó en su iPod a las pocas semanas de haber ganado las elecciones presidenciales de 2008. El mundo supo entonces que se encontraba frente a un político pop, alejado de la solemnidad tan característica de la vieja guardia de Washington. Su playlist era una especie de libro en el que se contaban las grandes historias de la vida norteamericana: Louis Armstrong, Frank Sinatra, Stevie Wonder, Earth, Wind and Fire, Bruce Springsteen, Bob Dylan... Tampoco faltaron los titanes del Támesis: The Beatles y The Rolling Stones.
Después llegó lo esperado: las premiaciones. Bajo su mandato, los artistas que alguna vez fueron sus ídolos se convirtieron en los consentidos del gobierno. Bob Dylan recibió la Medalla Presidencial de la Libertad en 2012; de él dijo que era uno de sus “poetas favoritos” y “el mayor gigante en la historia de la música estadounidense”. También ordenó homenajes en el Kennedy Center a The Who (2008), Dave Brubeck y Bruce Springsteen (2009); Paul McCartney (2010), Buddy Guy y Led Zeppelin (2012); Carlos Santana, Billy Joel (2013), Sting (2014) y The Eagles (2016).
Obama demostró que los jefes de Estado también pueden aflojarse la corbata. Y que a través de la música se puede decir incluso más que en un discurso. El homenaje al mexicano Carlos Santana fue prueba de ello. Mientras un enorme calendario azteca se alzaba sobre el escenario del Kennedy Center al ritmo de 'Black Magic Woman', Donald Trump –según lo reportó la agencia AP– gastaba un millón de dólares para su eventual y aún ingenua carrera presidencial.
NO TODO ES COLOR DE ROSAAunque nunca antes el rock había sido tan valorado en la Casa Blanca, y Obama fue el creador del primer Museo de Historia Afroamericana de Estados Unidos, la comunidad negra de ese país parece decepcionada. De acuerdo con una encuesta elaborada por el Centro Pew en 2015, sólo el 51 por ciento de los afroamericanos cree que el demócrata ha logrado combatir el racismo. Además, la mitad de la población estadounidense considera que la discriminación racial sigue siendo “un gran problema”, según la Kaiser Family Foundation.
En diciembre pasado, Stevie Wonder –de quien Obama ha dicho que es su “máximo héroe”– se pronunció en contra de la xenofobia que prevalece en amplios sectores del país, sobre todo después del triunfo de Donald Trump, un hecho que ha provocado indignación entre buena parte del sector artístico que tanto admira el ex senador de Chicago.
Y es que cuando Obama ganó las elecciones presidenciales el 4 de noviembre de 2008, un nuevo sol alumbró al pueblo estadounidense. El periódico The New York Times tituló así su primera plana: “La elección de Barack Obama barre la última barrera racial en la política americana”. Nueve años bastaron para que acabara el sueño.
El próximo inquilino de la Casa Blanca es un hombre abiertamente xenófobo, que propone la expulsión de musulmanes y latinos y la construcción de un muro en la frontera con México. Ninguna estrella de la música lo quiere. Elton John se negó a formar parte de su ceremonia de investidura el 20 de enero. Los Rolling Stones, Oasis, Queen y Aerosmith le exigieron que dejara de usar sus canciones para sus campañas. Bruce Springsteen ha dicho sobre él: “no sé si esté capacitado para gobernar; nunca había sentido tanto temor como ahora”.
Pocos, por ejemplo, se imaginan a Trump cantando Amazing Grace, el gospel antirracista que entonó Obama en solidaridad por la muerte de un reverendo y ocho feligreses en Charleston, en 2015.
La historia y la música están con Obama. Robert Johnson compuso Sweet Home Chicago en 1937, casi de manera inadvertida, en medio de fuertes conflictos raciales; era uno de los millones de negros que habían escapado de la miseria que azotaba las plantaciones de algodón de Misisipi. Casi ocho décadas después, esa misma canción sonaría en un concierto inédito de blues frente a los retratos de Lincoln y Jefferson, en la Sala Este de la Casa Blanca, el mismo lugar donde se promulgaron las Leyes Jim Crow que permitieron la segregación racial durante 89 años en la Tierra de la Libertad.
El logro de Barack Obama es él mismo: el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos.
(Fuente: http://www.elfinanciero.com.mx/after-office/blues-en-la-casa-blanca.html y selección de Patric)
1 comentario:
http://www.infobae.com/america/eeuu/2017/01/07/barack-obama-tuvo-su-gala-de-despedida-rodeado-de-estrellas-en-la-casa-blanca/
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